Por: Alejandra Ochoa
En el mundo contemporáneo, vivimos un fenómeno que nos rodea constantemente. Estamos
inmersos en esta actividad, que
persistentemente, busca apelar a distintos elementos físicos o
sicológicos que provoquen una respuesta en nuestro sistema inmediatamente, este
fenómeno es la publicidad.
Tomando en cuenta su objetivo, pronto notamos que los
aspectos y componentes que rodean a la
publicidad, tienen mucho que ver con la necesidad perpetua de nuestra raza, de
buscar placer y satisfacción de nuestros deseos, el deseo de una persona o una
sociedad de querer ser otra cosa, la necesidad de plantearnos objetivos para
mejorar, siendo presas de un presente lleno de futuros y expectativas.
Si observamos esto desde un punto de vista
freudiano, concluiremos que los impulsos mencionados, se pueden relacionar
fuertemente con el impulso que impera por sobre todos, el de la sexualidad. A partir de esto, surgen
distintas preguntas, y dilemas. ¿Si todo se relaciona con la sexualidad, que
tan negativo puede resultar utilizar estrategias en donde no se presente lo
sutil, más sí lo explicito? ¿No resultaría esto ser lo más efectivo utilizar los estímulos visuales en relación con la
sexualidad para asegurarse la atención de un consumidor?
Para poder analizar estos elementos nos pondremos en el
contexto del “deseo” comprendido en el
marco del psicoanálisis Freudiano, el cual defiende que el ser humano tiene la
capacidad de manifestar sus necesidades físicas a través del lenguaje, pero
desarrollando así una forma consiente y una inconsciente de hacerlo, y esto
permite en funcionamiento natural en la persona, donde el super yo mesura el
impulso sexual y el deseo inconsciente se mantiene latente, pero sin
manifestaciones abruptas.
Al proponer que la publicidad se relacione con el este
concepto de sexualidad, se empieza a
interferir en el funcionamiento
tradicional del súper yo, permitiendo la manifestación del deseo. Para lograr
un efecto positivo en la mente del consumidor, se debe dejar espacio para que
este realice su propio proceso de sublimación, concibiendo el deseo, ya no como
un mero impulso instintivo, si no como una “insinuación” en donde entra en juego la idea de éxito, de logro, y
e deseo latente de aceptación social, permitiendo así, que la pregnancia en la
mente del consumidor se de gracias a un proceso de interacción con sus propias
proyecciones y necesidades, sin entregarle un pensamiento “pre-fabricado” que
no lograría el efecto que logra el juego de apelar a sus deseos, mediante
sugerencias sutiles, más que deseos explícitos.
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